lunes, 31 de julio de 2017

BLI RAMON RAUDALES: MI EXPERIENCIA PERSONAL

Batallón de Lucha Irregular Coronel Ramón Raudales:

 mi experiencia personal

Lenin Fisher

Estábamos en la base militar de Condega, que creo se llamaba general Pedro Altamirano, como reservistas que formábamos la unidad militar Batería de Morteros de 120mm., de la segunda región militar (unidad integrada por estudiantes, obreros y campesinos leoneses voluntarios y soldados y oficiales del EPS, que golpeó fuertemente a la contrarrevolución, entonces llamada Fuerza Democrática Nicaragüense o FDN, en Madriz y Nueva Segovia, durante 1983-1984), cuando oímos por radio la aprobación de la Ley del Servicio Militar Patriótico (SMP); nos alegramos porque seríamos más combatientes defendiendo la Revolución; ya no sólo seremos los reservistas voluntarios y los soldados permanentes del ejército, dijimos. Y en esa misma base militar disfrutamos la histórica medalla de plata ganada por la selección nacional de baseball en los Juegos Panamericanos de Venezuela de 1983.

 

Según Ricardo Wheelock, del Consejo Militar del Ejército Popular Sandinista (EPS), citado por Henry Petrie, las etapas de la guerra contrarrevolucionaria fueron: a) lucha contra bandas contrarrevolucionarias (1980-82); b) guerra relámpago (1982-85); y c) guerra de desgaste prolongado (1985-90).  Por otro lado, en 1983 se instauró el SMP. Entre 1983 y 1989 se movilizaron 149 mil 590 jóvenes, con edades entre 17 y 24 años. Hasta abril de 1989 se habían movilizado 120 mil jóvenes como “Cachorros de Sandino” cumpliendo el SMP. Los voluntarios representaron hasta el 46% de los jóvenes movilizados; entre enero-junio de 1987, de 27.073 jóvenes movilizados, 12.440 fueron voluntarios. En 1987, de los 25.479 jóvenes desmovilizados, 9.884 (39%) eran miembros de la Juventud Sandinista 19 de Julio. Las grandes afectaciones del SMP fueron: 18.945 muertos; 16.943 heridos; 5.837 discapacitados; y 14.170 niños huérfanos. En 1989, el 60% de los contrarrevolucionarios desmovilizados tenían menos de 25 años de edad; la aplicación del SMP en el campo ayudó a nutrir las filas contrarrevolucionarias (Petrie, 1993).

El servicio militar de carácter obligatorio, instaurado por la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, por medio de ley aprobada en el Consejo de Estado, no era la primera vez que existía en Nicaragua –según Kinloch (1999)- pues el presidente Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, el 18 de julio de 1877, expidió un reglamento que estableció el servicio militar obligatorio para todo nicaragüense que tuviera entre 16 y 55 años de edad. El presidente Chamorro Alfaro justificó el servicio militar obligatorio basado en el argumento de hacer “efectiva la igualdad en el deber de servir a la patria, establecido en la Carta Fundamental”. Años después leí en el catecismo católico que se reconoce como válido el derecho de los gobernantes a utilizar la ley para organizar a los ciudadanos para defender al país de una amenaza extranjera. Y la guerra contrarrevolucionaria en Nicaragua de los años 80 del siglo XX fue una “guerra de baja intensidad” patrocinada y organizada por una potencia extranjera: Estados Unidos.

 

Más de setecientos muchachos pelones en formación, entre los cuales estábamos Oswaldo Martínez, Ronald Rojas, Douglas, Marvin y yo, que habíamos estudiado en la Facultad Preparatoria de León, era algo sencillamente impresionante; todos en la madrugada, bajo la llovizna y el frío. Ronald Rojas sería el jefe político de la primera compañía, a la cual yo pertenecía, en el Batallón de Lucha Irregular Ramón Raudales (BLI RA-RA), unidad militar fundada el 11 de abril de 1986, en Ocotal, Nueva Segovia (el mismo día y en el mismo lugar en que se fundó el Batallón de Tropas Guarda Fronteras Laureano Mairena).

 

Marvin, estudiaba en la Facultad Preparatoria, era un muchacho, de los más jóvenes del grupo, era bajo, delgado, muy respetuoso, del cual lastimosamente no recuerdo su apellido, estuvo conmigo en la primera escuadra del primer pelotón de la primera compañía. Oswaldo Martínez fue enviado al BLI Simón Bolívar, donde fue herido, lo cual supe en una ocasión que lo encontré en el Parque Central de Matagalpa y me invitó a cenar en su casa.

 

Empezamos así, peloneándonos unos a otros, el entrenamiento de lucha irregular de 45 días de duración, dirigido por instructores cubanos. Tres días antes de llegar a Mulukukú, le insistí a una muchacha leonesa, que reiniciáramos nuestra relación de novios adolescentes, como cuando teníamos 14 y 15 años. Ahora teníamos 18. En la adolescencia terminamos porque sus padres no querían que su hija tuviera novio. Ella tenía otra pareja. Su respuesta fue no. Solamente logré un beso de despedida porque yo le conté que al día siguiente me incorporaría al SMP. Era agosto de 1987. Empezaba el segundo semestre del primer año de la carrera de medicina.

 

El último día de entrenamiento en Mulukukú, un instructor cubano nos habló de la diferencia entre los combatientes de Angola y los de Nicaragua.  Nos dijo: ustedes los nicas son valientes, pues son los que luchan directamente y defienden su país.  En Angola, eran los cubanos los que tenían que pelear contra el enemigo porque los angoleños se corrían fácilmente y dejaban solos a los cubanos. Ahora sabemos que, la presencia del ejército cubano en África fue decisiva para la caída del Apartheid.

 

Una ametralladora PKM fue la primera arma que recibí en la Unidad Militar 14-16, mejor conocida como Batallón de Lucha Irregular Coronel Ramón Raudales, en octubre de 1987. Me la entregó, un combatiente originario de Managua, cuyo nombre era Carlos y que tenía como apodo precisamente PKM; él era un buen combatiente, valiente, osado y era llamado Carlos PKM, o solamente, PKM. El día que salimos a la primera misión, PKM desarmó, limpió y armó la ametralladora. Tuvimos el primer combate después de haber caminado durante un día, desde que salimos de la comarca la Patriota, Matiguás, Matagalpa.

 

Nuestro pelotón tuvo que maniobrar, correr y subir lomas. Hubo momentos en que sólo tres de la escuadra de diez, llegamos a la cima de las lomas. En diferentes cruces de caminos colocamos la ametralladora lista para disparar a los contras que escaparan.  Al final, dos contras iban corriendo cerro abajo y me ordenaron dispararles. Pero la ametralladora no disparó después de tres intentos que yo hice. Entonces, mi jefe de escuadra, llamado Carlos PKM, me quitó la PKM e intentó disparar dos veces, pero no pudo. En ese momento recordó que él había limpiado el arma y concluyó que no colocó la aguja percutora, la cual se había extraviado en la Pedrera (lugar del puesto de mando del batallón).

 

Yo comencé a llorar porque sabía que faltaban por lo menos nueve días para que la misión terminara y como ya había participado en combates en 1983 y 1984, entonces reconocía el peligro de andar con un arma pesada que no funcionaba. Y temía que los mandos creyeran que yo intencionalmente había perdido la aguja percutora y decidieran sancionarme. Y peor aún, tenía miedo de ser capturado por la contra. Entonces, tomé un fusil AK-M de uno de los heridos, con todas sus municiones. Mi carga fue el fusil y la ametralladora, con sus municiones respectivas, y además ayudé a cargar a los heridos y a un compañero muerto en combate, que apenas tenía pocos días de haberlo visto.

 

Al reorganizarnos y reabastecernos, el jefe de compañía decidió quitarme la ametralladora.  Y nunca más me asignaron un arma pesada, solamente mi fusil. Carlos PKM, en una plática a solas conmigo, me pidió, sinceramente, disculpas por haber extraviado la aguja percutora. Ese descuido singular pudo costarme la vida a mí, a él y a varios de mis compañeros. Además de disculparse, dijo algunas otras cosas como que: durante la primera misión, yo me había portado valiente y que había hecho un gran esfuerzo, demostrando buena condición física durante el combate y a lo largo de la misión.  Esas dos expresiones fueron de las más sinceras que recibí durante la guerra y de las que guardo un grato recuerdo, pues fueron para mí como medallas ganadas, que me llenaron de orgullo.

 

Después tuvimos muchos otros combates en lugares como Zinica, Dipina, Iyas, Kuskawás, Yaosca y otros lugares que no recuerdo su nombre. En uno de los combates, el explorador Juan Ramón Chávez (el Diablo) aniquiló a tres contrarrevolucionarios, que estaban desprevenidos en un rancho campesino. Por el impacto psicológico de tal acción, lo enviaron de permiso a descansar a su casa por un buen tiempo.

Participamos en el segundo escalón en el operativo Danto 88, lo cual me permitió conocer Bonanza (el sitio donde nació mi papá), Siuna y Rosita; y acampamos en el río Amaka, donde varios compañeros fueron afectados por la lepra de montaña (leshmaniasis).

 

En el combate de Dipina, recuerdo entre los compañeros heridos, a Carlos PKM y Ricardo (que era de Sutiaba, León, y estudiaba ebanistería, en el Instituto Técnico La Salle). De los pocos compañeros que murieron durante mi estadía en el BLI Coronel Ramón Raudales (RA-RA) de ninguno de ellos recuerdo su nombre. A uno de ellos le decían el Chino, quien murió en octubre, el segundo día después de iniciar nuestra primera misión, entrando por la comarca la Patriota, municipio de Matiguás, departamento de Matagalpa.

 

Entre los compañeros de mi escuadra o pelotón que recuerdo están Carlos PKM (de Managua), José Romero (el Conejo, de Granada), José Antonio Barrantes Selva (Marañón, de Managua), el Cabezón (que era contador y escribía poemas), Shaggi (lanzacohetero) y Juan el Pitufo (los tres últimos eran de León). Era jefe del tercer pelotón Jerónimo Chombo, un suboficial del EPS. Entre los jefes de compañía recuerdo a Humberto López, jefe de la primera, que era mi compañía. El jefe de la segunda era un señor de aspecto campesino, blanco, pelo crespo, Andrés (Quaker). Carlos Flores “Carlitos” o “Carlín”, era el jefe de la tercera compañía. El jefe de la cuarta compañía era Anastasio Martínez (Tacho), que entre sus jefes de pelotón tenía a Denis Sanders (el Miskito). Y Narciso Vargas Gontol, era el jefe de la quinta compañía. Carlitos y Gontol eran los mejores jefes de compañía; esa era la impresión generalizada entre los Cachorros de Sandino. El jefe de la plana mayor del batallón era el teniente primero Mendieta.

 

De los años en que fui Cachorro de Sandino como llamaban a los jóvenes que cumplían el SMP, sólo conservo una foto tamaño carnet, tomada en febrero-marzo de 1988, en el campamento central del BLI RA-RA, situado en esos días en la Pedrera, sobre la carretera a Río Blanco, cuando me recuperaba de lesiones infecciosas e inflamatorias en la piel de mis pies y piernas (erisipela), causadas por bacterias y hongos en el lodo. En esos días, leí el libro Días de amor y de guerra, de Eduardo Galeano y pocos días antes del operativo Danto 88 leí el libro El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias; precisamente este libro leía cuando nos dieron la orden a todos, incluyendo a los que nos recuperábamos de lesiones, de integrarnos a la caravana del operativo Danto 88.

 

En Lisawé, cuando sucedían las primeras pláticas del Gobierno de la República con la contrarrevolución (ahora llamada Resistencia Nicaragüense), acostado en una hamaca, leí con interés literario, de principio a fin, la Biblia, prestada por un compañero de escuadra del contingente más nuevo, que había sido monaguillo en Chichigalpa, pero cuyo nombre no recuerdo. El Padrino y El Chacal los leería más tarde, en Waswalí, Matagalpa, cuando me sacaron de la zona de guerra para ser instructor de tiro. Estábamos en el Cuá, Jinotega, cuando las negociaciones del cese al fuego avanzaban y se empezaban a formar las agrupaciones de BLI; al final de la tarde, recién me había acostado en una hamaca, cuando me mandó a llamar el jefe de Registro y Control, Rubén Sirias, quien me dijo que con Edwin Mendiola iríamos a cumplir una misión, un curso.

 

El contingente de 200 jóvenes leoneses fortaleció al BLI RA-RA. A partir de nuestra llegada, en octubre de 1987, se sucedieron una serie de acciones combativas en Matagalpa, Zelaya Central y Zelaya Norte que le permitieron a nuestro BLI ganar la Bandera de Combate, en un periodo menor de seis meses; bandera que recibimos a inicios de abril de 1988, es decir, dos después de la fundación del BLI RA-RA. El capitán Roberto Sancam Ruiz, quien había sido estudiante de ingeniería industrial, era el jefe de batallón, cuando nuestro contingente llegó y ganó la bandera de combate. Atrás quedaba el mal recuerdo que nos contaban los compañeros más veteranos, cuando en el caño la Cruz, en el departamento de Jinotega, las fuerzas de la contrarrevolución emboscaron al BLI Ramón Raudales, le causaron muchas bajas y secuestraron a algunos combatientes.

 

Durante unas prácticas de tiro en Lisawé, cuando empezaban las pláticas de paz con la contrarrevolución, un jefe de escuadra cuyo nombre era Javier Peck, le señaló a los mandos del BLI RA-RA, que aunque yo no era el que pegaba con más frecuencia en los blancos, sí tenía el mejor porcentaje de disparos acertados en los blancos más distantes, lo cual creo que sirvió de algo cuando estando en el Cuá, Jinotega, en octubre de 1988, una tarde, mientras las negociaciones del cese al fuego avanzaban y se empezaban a formar las agrupaciones de BLI, me llamó el jefe de registro y control teniente Rubén Sirias, para decirme que había sido seleccionado junto a Edwin Mendiola para recibir un curso de instructor de tiro; obviamente que el nivel académico había influido en dicha selección. Edwin no se pudo ir conmigo a León el día que nos desmovilizaron porque el jefe lo retuvo, lo cual fue muy triste para nosotros dos, sobre todo para él; luego, en tiempos de paz, se graduó de ingeniero.

 

Pues salimos de la zona de guerra y nos trasladaron a la base militar de Waswalí, Matagalpa, donde el jefe de Preparación Combativa era el teniente primero Montenegro. Unos días después nos enviaron a Pueblo Nuevo, Estelí, en la escuela militar Facundo Picado, donde nos entrenaron como instructores de tiro, durante un mes. En ese lugar, pasamos en un cerro cercano, con muchas piedras y sin árboles, la noche más dura del huracán Joan. Uno de nuestros instructores era un teniente apellido Fischer (que hace poco falleció, con el grado de teniente coronel); pero escrito con “c” después de la “s” como en la versión alemana y original del apellido; por lo cual, no éramos familiares ya que mi apellido se escribe como la versión inglesa sin “c”: Fisher. Luego, fuimos parte de Preparación Combativa (Pre-Comb) y entrenamos a campesinos de los batallones de reservistas en una escuela de campaña cerca del municipio de la Concordia, donde el jefe era el teniente Orlando Salazar (periodista leonés, q.e.p.d.); y nuestro centro de mando estaba en Waswalí.

 

Al cumplir el SMP me reintegré al segundo semestre del primer año de la carrera de medicina, en agosto de 1989, hasta finalizar el quinto año en 1993, realizar el internado en 1994 y recibir mi título de médico y cirujano, en 1995.

 

Managua, Nicaragua, 31 de julio de 2017; 13-14 de abril de 2024

Escritos de Lenin Fisher: reflexiones sobre la vida e historia de Nicaragua.

https://leninfisher.blogspot.com/2017/07/batallon-de-lucha-irregular-bli-ramon.html


Referencias

1- . Fisher, L. (2011). Chavalos de la revolución: testimonio de la Nicaragua sandinista de los años ochenta. En: Chavalos de la revolución y otros ensayos. Universitaria. León, Nicaragua. 254

2-. Kinloch Tijerino, F. (1999). Nicaragua: identidad y cultura política. Managua. Impresiones y troqueles. 384

3-. Petrie, H. (1993). Jóvenes de Nicaragua: una historia que contar. San Rafael. Managua. 285